lunes, 20 de septiembre de 2010

«La autenticidad puede ser una virtud o un defecto»

ENTREVISTA: FABIANA CANTILO

«La autenticidad puede ser una virtud o un defecto»




VAMOS A BRILLAR. Arriba del escenario, la cantante deja atrás todos sus miedos y se transforma en una artista con luz propia.


Fabiana Cantilo es una de las figuras femeninas más relevantes del rock argentino. Surgió en medio de la escena under porteña a comienzos de los 80 y, desde entonces, siguió su propio camino. Formó parte de Los Twist y trabajó junto a estrellas como Charly García y Fito Páez, para luego construir una carrera solista plagada de éxitos. Tras un período de excesos, la cantante vive un nuevo tiempo. Tranquila, relajada y rodeada de los afectos más cercanos. Pero su impronta, esa mezcla de niña ingenua con «femme fatale», se mantiene intacta. «Ya estoy con vos», avisa, mientras charla por teléfono con uno de sus músicos. Al rato, tras los saludos formales, se acomoda en uno de los sillones del living de su departamento de Palermo, dispuesta al diálogo. Luce una remera multicolor con volados, jeans azules ajustados y unos pequeños lentes. A lo largo de la charla mostrará su alma, sin filtros, como lo hace en sus canciones.
«Yo nací con una estrella y cuando canto, vuelve a brillar», sostiene en «Brujos». Todo se remonta a las clases de guitarra que empezó a tomar en plena infancia. «Tocaba folclore y música popular. Mi debut fue a los ocho años cuando, en un acto del colegio, canté «O quizá, simplemente le regale una rosa», de Leonardo Favio. A los diez, también en la escuela, interpreté «Balada para un loco». Ese día, entre el público, se encontraban Astor Piazzolla y Amelita Baltar. Claro, no fueron a verme a mí, sino a escuchar su canción. A los doce, me regalaron Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de Los Beatles y todo cambió. Comencé a escucharlos, a tocar sus canciones y me quedé con ellos para siempre. Después conocí a Stevie Wonder, James Taylor, Yes y Queen. Todos formaron mi base musical.

Luego del secundario, comenzaste a estudiar Bellas Artes.
–Sí, pero sólo hice dos años. Dejé, porque me mandaron a recursar una materia que me obligaba a volver a empezar la carrera desde cero. Entonces, mandé todo a la mierda y me puse a tocar la guitarra en los pubs.
–Tu abuela materna fue un disparador para que te dedicaras a la música, pero no porque te apoyara, sino por todo lo contrario.
–Igual era una divina. Íbamos juntas a un campo de la familia y yo, con lo que tenía a mano, armaba una especie de micrófono, me ponía a cantar y ella quedaba fascinada. En la época que empecé a actuar en los bares, me preguntaba si cantaba desnuda porque se imaginaba que me presentaba en cabarets. Y cuando le confesaba mis deseos de dedicarme a la música, me decía: «¡Usted, nunca va a triunfar!». Eso, de alguna manera, tocó mi orgullo y me sirvió de empuje.
–¿Cómo fueron tus primeros pasos profesionales?
–A los veintiún años conseguí una beca para ir a estudiar música en una universidad de Pensilvania, en los Estados Unidos, pero volví a los dos meses porque extrañaba. Al tiempo, entré a una bandita haciendo coros. Después, armé varios grupos con los que hacía versiones acústicas de temas de Crosby, Stills, Nash & Young, Yes y Los Beatles. Hasta que conocí a músicos como Daniel Melingo y Miguel Zavaleta, que me conectaron con todo el movimiento cultural under. Y por esa época entré a Las Bay Biscuits, que fueron un conjunto musical-teatral de vanguardia maravilloso. Lo formamos con Viviana Tellas, Mayco Castro Volpe, Lisa Wakoluk, Diana Nylon y yo. Todo lo hacíamos nosotras: el diseño del vestuario, la coreografía, la escenografía y la elección de las canciones que teatralizábamos en los sketches. Nos presentábamos en los conciertos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, con unos cuadros musicales muy delirantes. En uno nos vestíamos con el estilo de los 50, pero los trajes estaban hechos con cortinas de baño. Peinadas como en esa época, con tablas de planchar en las manos, cantábamos «Mujeres aburridas», un tema de Tellas y mío. ¡El público no entendía nada!. Después nos sumamos al Ring Club, un grupo teatral dirigido por Víctor Kesselman. Como parte de ese proyecto, en el Auditorio de Buenos Aires hicimos el Juicio oral y público al Dr. Moreau, una especie de espectáculo multimedia que satirizaba el accionar de la justicia. Allí participaron, entre otros, Melingo, Horacio Fontova y Miguel Abuelo, que hacía de juez. Esa obra fue genial, pero sólo quedó en nuestra memoria. No hay ningún tipo de registro, visual o auditivo, porque no teníamos un peso. Nadie cobraba un mango, lo hacíamos por amor al arte.
–¿Cuándo las conoció Charly García?
–En octubre de 1981, Charly fue al Teatro Bambalinas a ver Danza abierta, un espectáculo en el que actuábamos. Como nuestra perfomance le gustó, nos llevó de invitadas a los shows de Serú Girán en el Teatro Coliseo, dos meses después. Cantamos «Marcianita», un tema de Billy Cafaro. Salimos a escena rompiendo un panel con forma de cohete, vestidas y maquilladas de plateado, con gorras de baño del mismo color y un corazón en la cola de cada una, porque saludábamos al público dándole la espalda. ¡Casi nos matan! Aunque la reacción de la gente era de esperar, porque lo que hacíamos era rarísimo. Aún hoy lo sigue siendo. El período con Las Bay Biscuits fue increíble, pero muy delirante. Cuando me pareció que ya había sido suficiente, me fui. Con Los Twist ocurrió lo mismo. Siempre duraba poco en los proyectos, porque era medio fóbica: enseguida quería escapar.
–¿Cómo fue que te sumaste a la banda de Charly?
–A mediados de 1982, él estaba registrando el álbum doble Pubis angelical / Yendo de la cama al living y me convocó para que cantara en el tema «Transatlántico Art Decó». Fue mi debut en un estudio de grabación. Y, al año siguiente, me sumé a su grupo para las presentaciones de Clics modernos. A García le gustaba lo que yo hacía y me bancaba: era su niña mimada. Pero al tiempo también me fui, porque era «too much». Demasiado rock and roll, en el amplio sentido de la palabra. Ambos estábamos al mango, éramos una dupla explosiva. Volví a trabajar con él en Piano Bar y Parte de la religión, dos discazos. En el medio, produjo Detectives, mi primer disco solista. Con Charly aprendí mucho, incluso a componer.
–En los primeros años de la década del 80 aparecieron, entre otros, Fito Páez, Virus, Sumo y Soda Stereo. ¿Qué tuvo ese tiempo para que surgiera una camada tan original y renovadora?
–Durante la guerra de Malvinas se prohibió la música en inglés, y las radios y los canales de televisión debieron difundir producciones de acá. Entonces los grupos nuevos pudieron llegar con sus canciones a la gente: no tuvieron que competir con el aluvión de temas de afuera. Luego, la llegada de la democracia produjo un clima de efervescencia que influyó en aquellos conjuntos que encarnaban la vanguardia musical de ese momento. Ambas cosas ayudaron mucho.

Una voz clásica

En la vereda del sol es el nuevo disco de Fabiana Cantilo. Un trabajo donde la cantante recrea, en formato acústico, clásicos del rock argentino. Funciona, por eso mismo, como la continuación de Inconsciente colectivo que, con idéntica fórmula, vendió más de 60.000 unidades en el año 2005. El flamante CD reúne temas de grupos como Almendra, Serú Girán, Virus, Los Abuelos de la Nada, Los Pericos, Soda Stereo e Intoxicados, además de piezas solistas de Andrés Calamaro, Fito Páez, Charly García y León Gieco. Fue producido por Marcelo Capasso y Cay Gutiérrez y tiene, como artistas invitados, a Kevin Johansen y Gustavo Cordera.
–De los quince temas del álbum, diez son de la década del 80. ¿Es un reflejo de tu predilección por la música de aquellos años?
–No, fue sin querer. También hay canciones de grupos contemporáneos, como Attaque 77 e Intoxicados. Lo que sí dice el disco es que no puedo estar sin Charly, Fito, Spinetta y Calamaro.
–Hace poco declaraste que, a la hora de grabarlo, fuiste muy obediente.
–Es verdad. En Hija del rigor, mi anterior disco, estaba re-loca. Iba a grabar, cantaba y no quería repetir las tomas. Pateaba el atril con las letras, puteaba a todos. Me encontraba muy nerviosa. En cambio, esta vez estuve tranquila. «¿Hago de vuelta el estribillo? ¿Quieren otra toma?», le preguntaba a los técnicos. Todo fue distinto. Me relajé y me dejé llevar.
–En este proyecto tu voz actúa de puente entre canciones legendarias y las nuevas generaciones, que quizá acceden a ellas por primera vez.
–Sí, es cierto. Que los chicos, por mi intermedio, puedan descubrir joyas como «Cinema varieté» o «Tema de Pototo» me llena de orgullo.
–A lo largo de tu carrera tuviste una gran cantidad de hits. ¿Qué debe tener un tema para lograr ese status?
–No tengo idea. Ni bien grabo una canción, sé si va a pegar o no, pero el único parámetro con el que me manejo es mi propio gusto. Quizá tenga algún tipo de conexión con el inconsciente colectivo. De todas formas, cuando compongo no busco el hit. Discos como ¿De qué se ríen? o Información celeste se difundieron poco, justamente, por no ser hiteros. Igual, estoy orgullosa de haberlos hecho.
–Los temas de esos álbumes son bastante personales, casi autobiográficos.
–Sí, todos hablan de mí. En «Hija del rigor» canto que sólo aprendo a los golpes. Es así, totalmente.
–¿No sentís pudor al exponerte tan abiertamente?
–¡Es que no me queda otra!. Mi oficio es escribir y cantar canciones. Trato de hacerlas lo mejor posible y no me inhibe mostrarme en las letras. Más me expongo en los reportajes.
–Quienes te conocen bien, dicen que tu mayor virtud es la autenticidad.
–Bueno, eso puede ser una cualidad o un defecto. Pero creo que es lo que más le gusta a la gente de mí.
–¿El acto de componer o interpretar una canción puede calmar dolores o curar heridas?
–Algunas seguidoras afirman que mi música las ayudó en diferentes momentos de su vida. Una vez, me contaron que un chico despertó de un coma escuchando uno de mis temas. A lo mejor, el tono de ciertas voces emite algún sonido que ayuda a la curación. Ignoro si mi voz sirve para eso.

Femenina y singular

–¿Qué tipo de público va a tus conciertos?
–Tengo fans de todas las edades. Desde chiquitos hasta personas de 40 o 50 años. Aunque, mayoritariamente, hay adolescentes que gritan, bailan y saltan.
–¿Por qué pensás que esos jóvenes te siguen?
–No lo sé, supongo que desearán ser cantantes o músicos, e imaginarán que serlo es sinónimo de pertenecer a un mundo maravilloso. Pero no es así. Esta profesión es sacrificada y tiene la presión del público, de la gente que te rodea y depende de vos, de la compañía discográfica y muchas otras más. A pesar de los años de carrera, antes de subir al escenario sigo siendo una pila de nervios, pero cuando lo piso me transformo: me dejo llevar por la música, salto, bailo y me olvido de todo.
–En escena siempre irradiaste una imagen fuerte y seductora. A comienzos de los 80, tus minifaldas eran inusuales entre las cantantes de rock locales.
–¿Sí? No me había dado cuenta.
–Tengo la sensación de que no reconocés tus méritos tanto como deberías.
–¡Mi papá también me dice eso! «Fabiana, ¿usted se da cuenta de todo lo que ha hecho?», me pregunta. A veces me doy cuenta y otras, no. Es que vivo un poco en la luna.
–Hace un tiempo atravesaste un período turbulento. ¿Cómo es tu vida hoy?
–Muy tranquila. Ya no salgo tanto de noche, prefiero estar con mi familia, mis amigos o mi novio, al que veo los fines de semana. Estoy medio guardada, viviendo una etapa de introspección. Además hago meditación y psicoanálisis, aunque siempre los hice. Estuviese media «loquibambi» o no. La meditación ayuda a cambiar las redes neuronales que provocan angustia. Yo tomaba cosas porque pensaba que así podía parar la angustia. Sin embargo, cuando volvía a estar sobria, reaparecía con más fuerza y era peor. A la angustia hay que afrontarla y un buen psicólogo puede ser de gran ayuda. Si sos adicto al trabajo o al deporte, no hay problema. Pero si sos adicto a la angustia, perdiste. Cuando meditás, dejás de lado ese pensamiento negativo. Te corrés de esa situación, así te iluminás y te convertís en mejor persona. Todos los días medito, aunque no es un hábito sencillo de incorporar. Todavía me cuesta.
–¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
–No soy de cuidarme demasiado, ni de ponerme muchas cremas. Me mantengo bien por una cuestión hereditaria: los Cantilo parecemos más jóvenes de lo que en realidad somos. Obvio, tampoco estoy como a los 20 años, pero dentro de mí aún está la niña que fui y eso ayuda a que me vea bien. Qué increíble, pero cuando era chica me consideraba horrible. Ahora miro fotos viejas y nada que ver. No hay caso, algunos artistas estamos re-locos, en serio. Si supieras de la vida privada de varios colegas, te darías cuenta que estoy en lo cierto. Son fóbicos, viven encerrados o tienen problemas de pareja todo el tiempo.
–¿Por qué creés que es así?
–Por una cuestión de hipersensibilidad. Charly es un buen ejemplo de ello.
–Durante décadas el rock estuvo acompañado por un montón de sustancias que terminaron dañando la salud física y psíquica de los músicos. ¿Para ser un auténtico rockero había que seguir ese camino de autodestrucción?
–En algún momento pareció que sí. Pero ahora todo el mundo se está rehabilitando. Cuidado, porque el rock no es el único ambiente donde la gente toma cosas. En otros ámbitos las personas son más caretas, no dicen nada. En cambio, los rockeros se exponen. De todas maneras, es mucho mejor estar limpio.
–¿Por qué hay tan pocas mujeres en el rock argentino?
–No lo sé. Algunos lo atribuyen a que el ambiente del rock es machista, pero no estoy de acuerdo. A mí siempre me trataron bien, con buena onda.
–Dentro del género, sos la única mujer que pudo mantener una carrera exitosa a lo largo de los años.
–¡No pudieron eliminarme! Doy un banquinazo, pero después sigo (se ríe). Bueno, una también trabaja y se esfuerza. Hay que ser perseverante y creer que se puede. En realidad, no sé muy bien por qué sigo adelante. Será Dios o mi destino, que me hacen seguir.
–¿O será que sos más fuerte de lo que te imaginás?
–Puede ser. Soy fuerte, incluso, a pesar mío. Si no, no hubiese sobrevivido. Igual, tampoco me la creo. No es que me levanto todas las mañanas y digo: «¡Iupi, soy Fabiana Cantilo! ¡Soy lo más!». Nada que ver. Soy una persona común, con sus problemas y sus angustias.
–Bueno, vos fuiste la musa inspiradora de canciones como «Brillante sobre el mic» o «Fue amor». Eso no le pasa a la «gente común».
–Si, es verdad. Ambos temas los escribió Fito Páez, cuando todavía éramos pareja. Me siento muy orgullosa de ser la destinataria de esas obras. A veces hasta canchereo un poco con eso, pero no demasiado. Es que, para mí, Fito no es una estrella de rock, es un amigo, un compadre.
–¿Cómo es tu relación con él ahora?
–Es como una hermandad. Estuvimos juntos seis años y, durante ese tiempo, nos conocimos profundamente. Hoy tenemos un vínculo donde prevalece el respeto mutuo. A Fito lo quiero mucho: es un luchador, le pasó de todo en la vida y se la re-bancó. Sus discos y sus películas me encantan. Tiene un enorme talento y, a pesar de lo mucho que ya hizo, sigue y sigue trabajando. Además, sabe usar la plata y no matarse: eso es ser inteligente.
–¿Qué se siente ser una persona «famosa»?
–Al principio fue como un juego, porque todos mis amigos ya eran famosos, entonces no fue una sensación tan extraña. Lo raro es cuando salís a la calle, alguien te ve y empieza a gritar. Ahí pensás: «¡A la mierda! ¿Y esto?». Pero después te acostumbrás. Siempre digo lo mismo: antes la policía me quería pegar, ahora me pide autógrafos (se ríe).
–Esa nena de ocho años que cantó en el colegio una canción de Leonardo Favio, ¿se imaginaba que se convertiría en una cantante profesional querida y reconocida?
–No, para nada. Recién cuando conocí a Charly me di cuenta que cualquier cosa podía pasar. Dedicarme a esta profesión fue la mejor decisión que tomé en la vida. La música es maravillosa, me salva todo el tiempo de situaciones angustiantes. Cuando estoy cantando, soy feliz.

Gabriel Martín Cócaro
Fotos: Jorge Aloy

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